El otro día hablábamos de si resulta realista pretender progresar indefinidamente. Depende de a qué llamemos progresar, claro. Podemos avanzar en multitud de aspectos: físicamente (mejorando la fuerza, la resistencia, la coordinación, la velocidad, etc.), mentalmente (aprendiendo técnicas de relajación, mejorando la capacidad de focalización y demás) y también técnica o tácticamente (adquiriendo nuevas destrezas globales o parcialmente, conociendo nuevos terrenos o nuevas variantes del esquí...). Además también podemos mejorar en términos absolutos o relativos. Por ejemplo, podemos bajarle segundos al crono o aguantar más horas esquiando - lo cual es una mejora objetiva - o podemos experimentar más placer aprendiendo una nueva técnica, lo que resulta bastante subjetivo pero, al fin y al cabo, un progreso percibido.
Casi siempre es posible descubrir un resquicio con el que progresar; ahora bien ¿Somos capaces de encontrarlo? La percepción de la realidad depende de muchos factores y las conclusiones que saquemos del análisis de nuestro entorno particular, pueden ser muy diversas. Simplificando mucho, nuestra percepción de la realidad objetiva va a estar modificada por nuestras necesidades emocionales y por nuestras ideas preconcebidas, de modo que cada uno va a ver – como siempre se ha dicho - las cosas de distinta manera.
Modelo simplificado del proceso de interpretación de la información
Estos procesos de pensamiento, además, pueden alterar completamente la percepción de la realidad a través de sesgos cognitivos y pensamientos desiderativos de todo tipo. Por ejemplo, el fenómeno descrito por Seligman y otros de la impotencia aprendida, nos puede hacer creer firmemente que no hay posibilidades de mejora, aun cuando percibamos indicios evidentes de que sí es factible progresar o alcanzar una meta.
A partir de esas conclusiones que sacamos - independientemente de su grado de realismo - se pueden adoptar actitudes distintas: proactiva o pasiva, negativa o positiva. El que ve la botella medio vacía o medio llena distingue el nivel exactamente a la misma altura, pero cada uno le da una interpretación distinta y, en consecuencia, es probable que actúe de manera diferente.
Diferentes autores han estudiado la influencia del optimismo o el pesimismo en el rendimiento deportivo, incluido el mismo Seligman citado anteriormente. Precisamente él, protagonizó junto con sus colegas en los 90 el punto de inflexión en el estudio del optimismo en el deporte y la salud, en un conocido experimento con nadadores. En éste, se daba a los integrantes de un equipo una información falseada de los resultados de una tanda cronometrada, comunicándoles un tiempo peor del que realmente habían hecho. Los que poseían un perfil optimista mejoraban sus registros en las siguientes tandas mientras los de perfil pesimista los empeoraban.
Indudablemente un perfil optimista no puede alterar los límites de la realidad. O sea, no hace milagros; pero desde luego que el pesimismo sí obra el efecto negativo inverso. Mientras el optimismo, además de motivar y ser inspirador, puede hacernos descubrir flancos que no se habían explorado, el pesimismo oculta sistemáticamente las evidencias de que se puede seguir progresando, a veces camuflándolas de “realismo”. Así, todos esos pequeños factores que hemos citado en el primer párrafo pasarán desapercibidos al pesimista y, sin embargo, ofrecerán una oportunidad para el proactivo. Ello sin olvidar que un pequeño efecto sobre uno de los aspectos del rendimiento suele tener un resultado multiplicador sobre el resto, es decir, una mejora física suele traducirse en un avance técnico y viceversa, o un progreso mental puede permitirnos aprovechar mejor ese potencial propio que a veces se nos resiste inexplicablemente. En estos casos no es que se produzca un milagro, juas, juas, pero a veces se diría que es lo más parecido.
La semana que viene más
¡Buenas huellas!
Carolo © 2012
Optimism and Its Impact on Mental and Physical Well-Being
Ciro Conversano, Alessandro Rotondo, Elena Lensi, Olivia Della Vista, Francesca Arpone, Mario Antonio Reda
Clin Pract Epidemiol Ment Health. 2010; 6: 25–29