Un conocido profe de esquí del que no desvelaremos el nombre, contaba en una entrevista: me dediqué a esto por el dinero, las mujeres, la fama y el esquí. En ese orden. Tras todo este tiempo, el resultado ha sido algo de esquí, poca fama, nada de mujeres y ya debo más dinero del que nunca ganaré con este trabajo.
La conversación seguía así:
Dinero
Cuando empecé en esto se ganaba bastante. Al menos, en comparación con otros trabajos. Hoy también, pero no exactamente dando clases, sino cobrando comisiones por pasarles clientes a otros compañeros, juas, juas. Nunca lo he hecho ni lo haré, pero entiendo que los tiempos cambian, mientras el comercio permanece. Todos los grandísimos esquiadores que he conocido viven de ingresos distintos de las clases: tiendas, escuelas, oficios convencionales... Se puede vivir del esquí, pero eso va a ser frecuentemente incompatible con la práctica del buen esquí en sí, aunque suene paradójico. Si tu idea es ganar dinero, ánimo, se puede. Si tu idea es esquiar bien, prepara la cartera o aprende a ser rico con poco o con nada. También se puede.
Y no hay que hacer drama, juas, podría ser peor. Podrías trabajar en algo que no te gustara y que también sea caro, incómodo, peligroso, inestable y tampoco ganes un duro. Bajando una pala polvo o crema, o viendo la expresión de felicidad de un alumno dar con la tecla, en ese momento del único y real presente, eres más rico que el más rico de la tierra, todos los días del invierno. Y, en el peor de los casos, te puedes agarrar a la frase de mi tierra, típica de los que se pegan la gran vida sin dinero ¿Cómo te gustaría vivir? le preguntan, y contesta, pues como ahora, juas, pero pudiendo.
Fama
La fama sirve, principalmente, para que gente que no te conoce diga que te conoce, y que gente peor que tú hable mal de ti. A mi abuela le horrorizaba juzgar a los demás: quien más habla es quien más tiene qué callar, decía (qué con tilde, el matiz es importante). Además, en mi familia siempre se mantuvo esa máxima de que la gente inteligente habla de ideas y los tontos criticamos personas. Hay que intentar no ser tonto. Los muy tontos, además, hablan sin saber, añadiría, sin fijarse, sin mirarse en uno de los mil espejos posibles. Un día le dije a uno que, sí, en efecto, soy malo en esto o aquello como dices, lo que también sería útil para todos es saber que tú eres aún más malo que yo, juas, juas, e igual ni lo ves. Por todo esto, podría pensarse que no llevé bien lo de la fama y que, menos mal que, como digo, gocé de poca.
Pero no. Ya, sin bromas, tuve la suerte de que la mayoría habló bien de mí y, no sé si casualmente, todos los que hablaban bien eran buenos o muy buenos. Conocí a decenas de personas excelentes cada una en lo suyo y, justo gracias a ellas, me gané buena reputación, al haber absorbido lo que me ofrecían y haberme dedicado a contar lo que me enseñaron. De hecho, mi primer libro empezaba así “esto no es nada que yo haya inventado” y terminaba con un ciento de agradecimientos y dedicatorias. Dar crédito a los demás es, precisamente, lo que distribuye y multiplica la buena fama, que de algún modo se las arregla para volver a ti.
Mujeres
Hablo como hombre heterosexual, aunque cada cual dará a su pareja la identidad que quiera. El mito dice que los instructores de esquí somos unos follardines. Nunca supe si era cierto, porque me hice novio de la primera con la que ligué y ahí quedó aparcada una década la cosa de la conquista. Con el tiempo, como cantaba Kiko Veneno antes de que la corrección política impidiera decir estas cosas, “siete novias tuve, más novias que un moro”. Eso sí, en mi caso, al revés que a él, no solo no "me salieron malas", sino que me salieron maravillosas, y por eso no sé nada de ligar, aunque sí de mil cosas que me transmitieron y me traen recuerdos cálidos casi cada día.
Creo que el traje de supermán que nos ponemos para el trabajo puede ayudar a lo del mito. Di clases en un país exótico a una guapísima modelo que insinuó que nos viéramos fuera de clase. Todavía sin una cita en firme me la crucé por la tarde en el supermercado, de frente, yo, transparente, la llamé por su nombre, le dije quién era, me miró de arriba abajo condescendiente y dijo, imposible, no puedes ser tú, te das un aire pero mi instructor de esquí es mucho más alto y más guapo. Y se fue. Ese día entendí el efecto que producen unas botas de esquí y el traje de superhéroe, pero, mucho peor, el efecto que hace quitárselo, juas.
Y en fin, he conocido a muchos follardines en los ocho países y la veintena de estaciones donde he trabajado. La conclusión es que las leyes de la atracción son inescrutables para los que no tenemos ni idea y, sin embargo, a los que tienen ese arte, o esa compulsión, sean profesores de esquí o sean lo que sean, los puedes dejar solos en el Polo que se ligarán al pingüino más guapo. No es mi caso, pero como decía mi hermano mayor, puedo estar satisfecho de haber acumulado un enorme saber sobre el sexo... porque lo he leído o porque me lo han contado.
Esquí
Y aquí viene la última de las razones por las que me dediqué a esto, aunque, hablando en serio, sea realmente la primera. El esquí es un deporte frívolo, es una actividad depredadora de recursos, pero aprender a esquiar tiene en lo hondo una virtud que compensa sus posibles rasgos negativos. Al hacerse resbalando en un medio inseguro, en contacto frecuentemente brutal con la naturaleza, es una metáfora del difícil equilibrio cotidiano en la que cada paso en el trabajo, en la educación, en la convicencia, como cada curva, no da siempre el resultado que esperabas, pero guarda la promesa de que, con suerte, con arte, con vista y con perseverancia puede ser incluso mejor.
Somos muchos los que nos preguntamos qué hacemos en la montaña, pudiendo ser más útiles a la sociedad en otro trabajo. Luego, te fijas y te descubres dando autonomía a personas, ayer desvalidas, hoy libres para moverse en un ambiente tan fascinante como ciertamente feroz. Cada cara de satisfacción en un alumno es, en realidad, la constatación de que ha subido un escaloncito que le hará sobrevivir mejor. Nadie piensa estas chorradas, juas, pero, si preguntas, nueve de cada diez de los que sigan aprendiendo, aceptando pequeños desafíos en la montaña o en su vida normal, asentirán o, como poco, se quedarán cavilando. Progresar es una forma de sobrevivir, y encima te lo pasas bien.
Y esto, y mucho más, es lo que he sacado de estos casi ya cuarenta años. No me gusta vender motos para que nadie se llame a engaño, pero, intentando ser concisos, ha sido mucho, muy intenso y satisfactorio esquí, siete mujeres maravillosas, una fama prescindible aderezada de cien amigos imprescindibles y, de dinero, que es poco elegante citarlo como la potencia declarada del Rolls, solo diré que el suficiente para sentirse rico. Pudiendo o sin poder, juas, juas. Eso sí, de la manera que lo contaba en el párrafo del principio queda más gracioso, pero sirva para que no se fíen los lectores de lo que se dice en cualquier entrevista.
¡Buenas huellas y feliz salida del invierno!
Carolo, marzo de 2024