Ahora
que renace la llamada Nueva Escuela, se está poniendo de moda hacer el
animal. Al igual que pasó con el snowboard, muchos chavales se ven dos vídeos,
se compran un casco, colocan una pala plegable en la mochililla y se tiran por
esas montañas de dios a pegar mortales en las cornisas, saltar rocas de sesenta
metros y jugársela con las avalanchas a la par que se la hacen jugársela a
los pisteros que luego tendrán que ir a rescatarlos.
A
mi siempre me ha encantado el esquí extremo, pero éste ha cambiado
sustancialmente en los últimos años. Antes era algo más parecido a integrarse
en la naturaleza más hostil y comprobar hasta dónde era uno capaz de
llegar dentro de ella. Ahora se trata, más bien, de rizar el rizo inverosímil
y de saltar, no lo más alto que uno pueda, sino más alto que el competidor de
al lado. Y eso es, me parece, porque ahora el espíritu del esquí extremo no es
ya la curiosidad por descubrir la Montaña y el afán de superación
sino que, debido a los intereses comerciales de las marcas que patrocinan a los
atletas, lo que se prima es quedar a toda costa por encima del contrincante: es
decir, el interés por competir y el afán de eliminación.
Pero
esto no es necesariamente malo. La Nueva Escuela nos ha traído grandes hitos,
ha renovado el interés de las marcas para patrocinar deportistas y, sobretodo,
ha recuperado la afición entre los jóvenes ansiosos de sensaciones y que desertaban
del esquí para dedicarse al snowboard. También la tecnología de los esquís
parabólicos ha avanzado mucho gracias a la Nueva Escuela y, de hecho, esquíes
diseñados originalmente para freeride o para saltos han resultado ser fantásticos
aparatos polivalentes que han marcado las nuevas tendencias para esquís
de pista.
A
pesar de que esta corriente deportiva esta reservada a determinadas personas con
unas características sicológicas muy especiales, el esquí extremo - digamos,
clásico - está al alcance de cualquiera con una base técnica y física
suficiente y, sobretodo, con la actitud mental necesaria para aceptar los
desafíos y no distraerse con el peligro. Y he ahí donde radica el quid de la
cuestión: no es que haya que ignorar el peligro, muy al contrario, hay que conocerlo
y medirlo, pero a la hora de bajar, cuando ya no hay vuelta atras, hay que
pensar en esquiar y no en lo malo que nos pudiera pasar.
La
técnica que se utiliza para superar las dificultades extremas no difiere
sustancialmente de la técnica que se describe en los manuales de esquí alpino.
Piernas y brazos bien separados, relajación y una buena anticipación serán
siempre valiosos aliados. Pero lo que resulta determinante es la actitud mental
y la capacidad para concentrarse en la tarea motora sin distraerse con
las dificultades. Hay que focalizarse “en lo que hay que hacer” y eliminar
de la cabeza los pensamientos negativos que pueden distraernos. Esta
habilidad varía mucho de una persona a otra y, aunque todos podemos adquirirla,
sólo se consigue con un entrenamiento adecuado que podemos llevar a cabo en
alguna palita extrema, cerca de las pistas, que sea difícil pero a la vez
segura.
También
la condición física es importante: por un lado, disponer de una buena
relación peso - potencia, nos permitirá realizar aligeramientos y apoyos enérgicos,
así como resistir durante más tiempo sin que la fatiga pueda minar nuestra
capacidad de actuación; por otro lado, una buena "armadura muscular"
nos protegerá de los impactos que suframos en grandes saltos o en alguna caída,
y evitará o hará menos graves las posibles lesiones.
Centrándonos
en el tema de la actitud y la capacidad de concentración, en esquí extremo es
muy importante mirar al lugar adecuado. Siempre hay que efectuar una
primera evaluación visual del itinerario que seguiremos, pero una vez que
estamos en marcha, mirar demasiado lejos nos dará sensación de vértigo, a la
vez que puede hacer que alguna dificultad cercana nos pase desapercibida. Como
en una pala muy empinada bajamos despacio, tendremos que dirigir nuestro foco de
visión al terreno que vamos a pisar inmediatamente. Esto evitará que nos
distraigamos con el efecto aterrador que produce ver la totalidad del barranco
por el que vamos a descender.
Cuando
seamos capaces de controlar a la perfección una pala extrema en un lugar
seguro, podemos ir aceptando progresivamente mayores desafíos. Pero
debemos tener en cuenta que a medida que aumente la dificultad, también cambiará
la naturaleza de los pensamientos negativos que tendremos. No es lo mismo bajar
por una pala de cincuenta grados debajo de la cual hay un plano, que si ésta
tiene debajo un precipicio. La montaña, además, es un medio
extraordinariamente cambiante y casi nunca nos encontraremos con dos
condiciones idénticas, así que antes de aventurarse hay que haber acumulado
una gran experiencia y estar seguros de que uno será capaz de salir de un
eventual marrón.
Y
esto no es todo, pero por hoy, como vemos, el esquí extremo tiene pocos
secretos técnicos. Se trata, más bien, de usar el sentido común,
conocer la montaña, las nieves, los riesgos de avalancha y, junto a eso, de mirar
al lugar correcto y de tener el pensamiento adecuado. Mirar al lugar
adecuado y tener el pensamiento correcto son dos cosas que suelen ir unidas, y a
veces son la diferencia entre poder contarlo o no.
¡Buenas
huellas!
Carolo © 2002