Desde que el esquí dejó de ser un medio de supervivencia en el siglo XIX, la competición ha ido unida a su práctica como ocio. Las carreras han supuesto un importante estímulo para que el esquí de turismo se desarrollase y, a la postre, para que la iniciativa privada se decidiera a llevar a cabo inversiones en remontes, edificios, negocios y, en fin, para que nacieran las estaciones de esquí tal como las conocemos hoy día. Pero a veces se nos olvida que el esquí es, por encima de todo, ocio por una razón sencilla, y es que el deporte no podría subsistir de ninguna manera si todo este tinglado no lo costearan los "humildes" turistas que compran sus pases y su material, que ven las carreras en la tele y que consumen en las diversas actividades comerciales de la industria del esquí.
Esto tan evidente pasa desapercibido muchas veces y nos dejamos llevar por cierta idolatría hacia todo lo relacionado con el aspecto competitivo de nuestro deporte. El turista también cae en esta trampa a menudo y, llevado por su admiración hacia los corredores y la imagen que desprenden los expertos, se deja deslumbrar creyéndose, a veces, “menos esquiador” que los profesionales. Esto produce todo tipo de casos singulares, en ocasiones extremos como, por ejemplo, la discusión que mantuvimos en mayo de la pasada temporada, cuando algunos turistas defendían que una conocida estación cerrase sus instalaciones repletas de nieve al público, pero las tuvieran a disposición de unos pocos privilegiados entrenando, olvidando que es la masa de turistas en conjunto quien hace posible costear esas carísimas instalaciones y que, por ello, no se las debería de discriminar.
Otro de los fenómenos relacionados con esto fue la obsesión por el carving, la conducción perfecta y, en fin, el tratar de asemejarse al estilo de los corredores de alpino que hemos experimentado en los últimos 15 años. Afortunadamente ya se nos va pasando la fiebre, pero aún la sufrimos con gran inercia en los materiales que elegimos (se sigue viendo por las pistas un desproporcionado porcentaje de esquís de competición que, a todas luces, no se adaptan al uso real que se les da), los métodos imposibles y la técnica que tratamos de aplicar. No hay nada de malo en ello, por supuesto, siempre que ese elegir el lado competitivo del esquí aporte al esquiador mayor felicidad que frustración. Pero lo malo es que no siempre la balanza se ha inclinado hacia la diversión y el sentido común y, sin darnos cuenta, hemos dejado de lado, y hasta proscrito, viejos y afortunados conceptos como el famoso “esquiar con estilo” (que hace veinte años era la modesta aspiración del 99% de los esquiadores) o el tan sencillo y natural “divertirse” sin necesidad alguna de hacerlo “bien”, como muy bien se ha denunciado en el ya legendario hilo del foro de Sierra Nevada en Nevasport La Visera, el juicio final.
En este sentido, las marcas han andado más espabiladas y, mientras en las escuelas de todo el mundo hemos estado obsesionados con las curvas perfectas (que, es verdad, es nuestro trabajo en buena parte, aunque no lo único), la industria se ha dedicado a diseñar botas cómodas, material de montaña polivalente y esquís fáciles y divertidos, evolucionando desde los fat hasta el rocker para felicidad de todos los usuarios que tengan la suerte de haberse puesto unos bajo los pies.
¿Esquiar bien? ¿saber de esquí? ¿tratar de explorar al máximo nuestro potencial? Sí, por supuesto, es una elección tan buena como cualquier otra, pero sin perder de vista que esquiar bien es un concepto relativo: esquiar bien ¿comparado con quién? ¿según qué criterios a menudo caprichosos y cambiantes? Y, sobretodo, que "esquiar mejor" no nos hace "más esquiadores". Por eso, no olvidemos a quien hace posible todo nuestro tinglado: el turista. El humilde practicante que, igual, no competirá siquiera en una carrera local en su vida, ni lo pretende. El turista que gasta gasolina, se aloja en un hotel o en un apartamento y come todos los días; y que, con su modesta aportación individual, en conjunto, hace posible que miles de profesionales y deportistas repartidos por todo el mundo podamos disfrutar de una red de instalaciones millonarias y unas carísimas tecnologías que, de otro modo, jamás hubieran llegado a existir.
¡Buenas huellas!
Carolo © 2011