Son tiempos agitados y uno no sabe de qué hablar. Ayer pensaba que he tenido suerte en esto del esquí. Dicen que nadie es profeta en su tierra y que en España es difícil triunfar y tal, sea lo que sea eso de triunfar. En mi caso no ha sido así. El amigo Pepe, el jefe de esta casa, confió en mi hace más de 20 años y aquí seguimos, diciendo desde entonces lo que nos da la gana. Y con público, jaja. Eso me ha traído algún que otro problema menor y, sobre todo, muchas ventajas. Entre otras, que el fundador del centro de formación con el que colaboro se empeñase en que trabajase con él, hace ahora siete productivos años.
Ahí tengo un privilegio incomparable: seguir aprendiendo de gente brillante y devolver al esquí y al mundo de la nieve lo que me ha dado. Igual parece una chorrada, pero la mayoría no tiene la suerte de encontrarle sentido a una vida dedicada a un campo, ni mucho menos que se le reconozca ese bagaje acumulado. Encima yo lo he hecho a mi aire, jipi total. Terminar teniendo un mínimo de reconocimiento es una lotería en una sociedad cicatera y tendente a burocratizar todo como, con frecuencia, es la nuestra. Un entorno donde, por poner los primeros ejemplos que se me vienen a la cabeza, gente como Peral, de la Cierva o Torres Quevedo han pasado a la historia como ingenieros segundones y la fama se la han llevado sus homólogos extranjeros.
Y con esto no me estoy comparando con esos inventores, jaja; los pongo como ejemplo sumo de lo que a veces, lamentablemente, le espera a todo aquél, mediocre, brillante, tonto, listo o neutro, con ideas que se salgan de la norma y pretenda llevarlas a cabo aquí, en casa. O sea, me comparo con las cientos de miles de personas normales, pero con algo que contar, que han pasado sin pena ni gloria en cometidos donde las circunstancias, los compañeros o el azar no han estado de su lado. Y, comparándome con ellas -conozco a media centena de compañeros que merecerían mucho más crédito del que han logrado- he tenido una suerte inmensa apoyado por todas esas otras personas que han confiado en mí. Aparte de un trabajo pleno he tenido voz, que ya es mucho, y tengo el aprecio de miles de lectores a los que, según ellos mismos, a veces les sirven las cosas que les cuento. Debe de haber incluso algo malsano en esa satisfacción, jaja.
Le daba vueltas a esto en estos momentos en los que hay que recapitular si a uno le queda algo por hacer y, sobre todo, según vengan dadas, qué puñetas va a hacer uno a partir de ahora, juas, juas. Si vienen mal, y aún con todos mis errores, no me van a pillar con la sensación de no haber tenido la oportunidad para casi todo lo que me haya o me hayan propuesto. Por lo menos en el esquí. Por eso, pensaba estos días, tal vez esas pequeñas extravagancias como que se me vea a menudo apoyando a gente que otros considerarían sus competidores. Y también agradeciendo a los infinitos maestros, alumnos y amigos que me han empujado hasta llegar aquí. Solo en mi primer libro, Esquiar con los pies, pongo casi cien agradecimientos a quienes me han aportado algo. Y está publicado hace 20 años… imaginad si la lista ha aumentado.
Pensaba estos días, en fin, viendo a seres queridos en un arco que iba desde la simple preocupación a la desolación por circunstancias que no hay que detallar, que algunos hemos sido muy razonablemente afortunados, a pesar de todo. Y es justo reconocerlo (que sí, que Séneca decía que la suerte se da cuando la oportunidad y la preparación coinciden, pero a algunos parece que les coincide más que a otros). Sin más, quería compartir con vosotros estas chorradas - este sentimiento de gratitud- a falta de poder hablar de todo eso del esquí.
¡Buenas huellas!
Carolo, mayo de 2020