Nos despertaron a las 7 y después del desayuno fuí un ratito al gimnasio a calentar un poco y estirar los músculos, algo atrofiados desde el viaje en coche del día anterior. Fuera, las nubes todavía estaban descargando su blanca y codiciada carga y yo me frotaba las manos y relamía viéndolo. A eso de las 8 y media nos reunimos todos para el obligatorio entrenamiento con los equipos de avalanchas y en media hora estábamos listos para subir en el cat (Garfield, me imagino que por ser un cat y además amarillo) que al ritmo de “paint it black” de los Rolling Stones nos acogía a todos en los mullidos asientos.
De esta manera comencé a analizar el grupo que ahí dentro estábamos: 2 matrimonios de más de 50, un guarda forestal de la misma edad y el resto gente de entre 29 y 39 años, esquiadores y snowboarders, todos con buenos equipos por lo que deduje que el nivel sería bueno, así que después de una media hora larga de trayecto llegamos a lo que sería la primera bajada (de 10) del día. Todavía nevaba por lo que la iniciamos por debajo de la línea de árboles, en un lugar llamado “The burn” (se quemó en el año 63 y hay gran espacio entre árboles para poder ir al ritmo que uno quiera).
Y aquí comenzó el festival, nieve por la rodilla, en algunos sitios por la cadera, pero tan suelta, fría y seca que era como esquiar en una nube, apenas sin resistencia los esquís se movían con ninguna dificultad e incrementando la velocidad me ví obligado a cerrar la boca para que no se me llenaran los pulmones de nieve. Con tal cantidad de nieve era necesario parar de vez en cuando para poder respirar y planear la siguiente linea a bajar, así que para cuando llegamos de nuevo a “Garfield” habían pasado 25 minutos.
Estaba tan flipado por esa primera bajada que no me dí cuenta que las señoras (y sus maridos aunque luego lo negaran) y el forestal no lo estaban pasando muy bién, quizá algo más de pendiente de lo que estaban acostumbrados o tal vez la profundidad de esa nieve; el caso es que cuando llegamos arriba de nuevo, Ron dividió el grupo en dos y puso al segundo guía con ellos, aquello fué el despertar a un nuevo deporte. Nos empezó llevando a tubos estrechos con pequeños “drops” en los que al aterrizar nunca sabías si estabas realmente en el suelo ya que el impacto es mínimo, la velocidad de todos subía al mismo nivel que nuestro ritmo cardíacocardiaco y el nivel de bajadas mejoraba en cada subida en el cat. Creo que el que mejor se lo estaba pasando ese día era Ron, …, no, estoy seguro que era yo, en fin, que a la cuartaquinta bajada y con las nubes ya retiradas paramos a comer al sol (y -12? C) unos sandwiches con té al limón calentito que nuestro cuerpo pedía a gritos, a pesar de haber estado comiendo barritas energéticas y otras chorraditas que llevan en la máquina en cada ascensión.
Mientras comíamos, el conductor de “Garfield” se dedicó a preparar un salto que no cataríamos hasta la última bajada.
Por la tardeAl terminar el almuerzo empezamos a esquiar desde la cima de la montaña, unos bowls enormes sin árboles, con una pendiente del 40% y entrada saltando una pequeña cornisita, la nieve ahí no era tan profunda ya que el terreno está más expuesto al viento y normalmente no pasa de la rodilla (como para quejarse). Perfecto para una sobremesa “tranquila”, incluso intentamos hacer unos ochos en polvo, aunque salieron menos el 7 y el 4, salieron todos los demás. Habráun tanto asimétricos , habrá que seguir entrenando.
Al acabar la novenaséptima bajada, los más mayores se encontraban bastante cansados (aunque a todos nos quemaban las piernas) y es que llevábamos 8.000 mts de desnivel, siempre abriendo huella (pobrecitos) y decidieron quedarse dentro de la cabina, calentitos y oyendo música mientras nosotros continuábamos trillando las Selkirk sin piedad (para nuestras piernas). DecidimosAl finalizar la novena bajada decidimos que una más y pa’casa que ya no podíamos más, así que nos llevaronllevan de nuevo a la zona donde habíamos almorzado y allí nos esperaba el salto aunque Ron, con muy buen criterio solo nos dió opción a saltar una vez ya que las posibilidades de hacerse daño a esas alturas del día son bastante altas; “sólo quería que lo probáraisprobarais para mañana darle más fuerte”, así que pensando ya en el día siguiente seguimos esquiando hasta llegar a unos 2 kilómetros del lodge, donde esperamos a “Garfield” y para así ahorrar la poca o ninguna energía que nos quedaba para quitarnos la ropa de esquí, ponernos el bañador y saltar al jacuzzi con una cervecita bién fría.
Los compañeros de grupo se habían transformado en buenos amigos después de compartir uno de los mejores días de mi vida con ellos y así entre pinchitos riquísimos (aquí les los llaman hors d’oeuvres) los videos del día y alguna cerveza más, comentando las jugadas del día y planeando las del día siguiente llegó la hora de la cena; ensaladas variadas, un poco de pasta y un filetón a la parrilla que no se lo salta un gitano. Un menú que ayudado por un chupito de “schnapps” nos mandó a la cama completamente satisfechos de un día inolvidable, emocionante, indescriptible, en dos palabras: “in” “ “im -prezionante”
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