Siempre veo con envidia sana cómo se lo montan en la asociación de profesores norteamericana, la PSIA.
Sin la más mínima intervención del Estado o aparato burocrático alguno, salvo observar las sencillas leyes ya existentes para cualquier actividad, se las han arreglado para tener un criterio unificado en un país de casi 300 millones de habitantes donde se venden 60 millones de días de esquí al año. Por poner un ejemplo, un profesor de la escuela de China Peak emplea exactamente el mismo método y el mismo lenguaje que otro de Big Rock Ski Area, que está a nada menos que 3.500 km. o sea, a la misma distancia que hay entre Granada y Oslo o de Sierra Nevada a Kvitfjell en Noruega. Las razones de esto son complejas, pero analicemos hoy una fácil de explicar y que sería viable extrapolar a nuestro caso.
Una de las herramientas que usan para eso es una sencillísima norma, y es que los profesores y los entrenadores tienen que recibir formación continua. Cada dos años hay que asistir a algún curso o los titulitos caducan; nada más simple e inteligente para disponer de buenos profesionales a lo largo del tiempo. Estos cursos se organizan de manera itinerante a lo largo de todo el año, de forma que los profesores normalmente lo reciben en su estación, sin necesidad de desplazarse e incurrir en demasiados gastos. Una vez al año, se organiza una convención en la que hay disponibles un montón de ellos. En concreto, a la que yo he ido en varias ocasiones, la de Mammoth, el catálogo de clinics disponibles es de más de cien.
La revista mensual de la PSIA es de una extraordinaria calidad y suele ofrecer verderas joyas en contenido innovador, reflejando con puntualidad el state of the art de la profesión. Además de esta publicación nacional existen otras más modestas realizadas por cada una de las divisiones, como The Edge, de la Western Division
Aparte del espíritu lúdico de las convenciones, lo bonito de estos cursos es que te lo puede impartir cualquier compañero, lo que genera un gran compañerismo y respeto mutuo por los potenciales de cada cual que, tal vez, no sean tan evidentes en las pistas pero que resultan tanto o más útiles para la profesión. Cualquiera que sea experto en un campo puede impartir un curso provechoso, desde reparación de material, personalización de botas, freestyle, marcaje, un idioma extranjero (el español es el más demandado) y un sinfín más de especialidades relacionadas con la enseñanza del esquí hasta, por supuesto, las materias específicas para ir obteniendo los sucesivos niveles de titulación.
Sin extenderme mucho más, valga hoy esta reflexión para la situación de nuestra formación en España. Afortunadamente muchas entidades imparten formación permanente motu proprio, pero no existe la obligación reglada de educarse continuamente ni, tal vez relacionado con ello, tampoco existe una voluntad patente de hermanarse, unificar criterios, intercambiar información o compartir recursos (a veces ni siquiera entre centros que están a unos pocos kilómetros de distancia, no digamos entre Comunidades diferentes). Esto tiene una serie de efectos negativos innegables pero, lo que sobre todo me parece importante, es que se pierde la preciosa oportunidad de aprovechar todas sus ventajas. Por un lado la evidente de mantener a todos actualizados y en cierto modo comprometidos. Por otro lado la unificación de criterios que surge espontáneamente - de abajo a arriba - sin que un legislador externo, ajeno al oficio, tenga que imponerla; y finalmente el abandono progresivo de la excesiva inflexibilidad y jerarquización de la formación, en la que se están desaprovechando muchos talentos. Todas estas ventajas sólo puede traernos un enriquecimiento exponencial de la enseñanza del esquí, que seguro los alumnos potenciales sabrán apreciar para beneficio de todos.
¡Buenas huellas!
Carolo© 2014