El Yo, que se considera como el “ser uno mismo”, se forma y relaciona directamente con la realidad buscando aplazar nuestra satisfacción inmediata. Es la estructura anímica que examina y opina sobre nuestra realidad presente cumpliendo una función mediadora. Anna Freud sostenía que el Yo opera con un delicado equilibrio entre el Ello, el área psíquica de los impulsos del placer, y el Superyó, la zona censora que inhibe nuestros deseos y busca el ideal de nuestra conducta. Seguía diciendo que, cuando una amenaza aparece, nuestro Yo se agita e interviene activando alguno de los mecanismos de defensa que se encuentran en la esfera de lo inconsciente.
Si somos principiantes, esquiar puede significarnos una amenaza no solo para nuestra integridad física sino también para la psicológica al experimentar ansiedad, angustia, o disminución de la autoestima. Nuestro Yo esquiador se va construyendo paulatinamente desde esta etapa mediante el desarrollo de un mecanismo que va marcando la forma en que interpretamos las experiencias con la actividad, con el entorno y en la interacción con los demás. Codificamos esta información alrededor de un eje organizador que se vincula con el Yo y que actúa como marco referencial para la memoria y la acción.
El gusto por esquiar puede depender de la relación a la satisfacción que nuestro Yo esquiador obtiene de un éxito. Tanto si somos esquiadores recreativos o atletas, la pulsión del Yo al éxito de una bajada o de un cierto rendimiento puede generar una tensión que opaca nuestra valoración por las sensaciones cinestésicas placenteras que proporciona la esquiada. Tanto es así que, en algunos de nosotros, un error de cálculo en un giro o en una puerta de slalom puede arruinarnos todo un día de esquí o de entrenamiento. Estos esquemas negativos del Yo se componen por pensamientos pesimistas. Si nos desalentamos, podemos experimentar este tipo de pensamientos, pero deberíamos conservar una cierta objetividad de la situación. Si el desánimo se profundiza, nuestros pensamientos tenderán a reforzar las tendencias negativas sobre nuestro Yo esquiador. En la desmoralización aguda, el esquema del Yo lleva a una autopercepción distorsionada de cada experiencia con el esquí, interpretándolas a manera de fracasos irreversibles, considerándonos a nosotros mismos como irreparablemente fracasados y forzados a abandonar la actividad. El profesor y el entrenador de esquí cumplen a veces la función de un ‘Yo auxiliar’ en cuanto, en ciertas situaciones, ayudan a organizar las defensas para evitar el colapso del Yo esquiador o del Yo atleta.
Entre las funciones del Yo podemos determinar:
- La autoconservación.
- La toma de conciencia de los estímulos exteriores.
- El control del movimiento voluntario.
- El control de las demandas pulsionales.
- La integración de las exigencias instintivas y del mundo exterior.
- La mediación entre el Ello, el Superyó y la realidad.
- La activación de los mecanismos defensivos.
Así entonces, nuestro Yo, que actúa basándose en lo pragmático, en la supervivencia y en la adaptación al entorno, se encuentra bajo la influencia de tres dimensiones: la dimensión del Ello con sus tendencias de búsqueda constante de placer; la dimensión del Superyó en cuanto al seguimiento de la conducta ideal y las exigencias normativas; y el mundo externo en tanto establece una armonización de los estímulos de allí provenientes.
Continuaremos con el desarrollo del Yo en el próximo artículo.
¡Hasta la próxima!