Las instancias psíquicas de la personalidad: La multiplicidad de Yoes

Las instancias psíquicas de la personalidad: La multiplicidad de Yoes
Pareciera que no tenemos un Yo permanente sino varios ‘Yoes’ que van cambiando de acuerdo a los diferentes contextos. Estos diferentes Yoes funcionan como guías para nuestra conducta individual y social al esquiar.

Nuestro Yo asume múltiples aspectos de acuerdo al rol social que tenemos en cuanto a familia, profesión, grupos de afinidad o relaciones interpersonales, actividades que se realizan, y rasgos de nuestra personalidad. Estos distintos Yoes poseen diferentes características de nosotros mismos que conforman un Yo particular de acuerdo a nuestras capacidades físicas, preferencias, objetivos, etc. Por ejemplo, el Yo corporal se refiere a nuestra conciencia corporal; el Yo social a la interacción con los demás y al deseo de agradar; el Yo espiritual en cuanto la tendencia a prestar atención a nuestros propios pensamientos y sentimientos; el Yo fenoménico concierne nuestras experiencias subjetivas; el Yo conductual se aplica a la plasmación de una determinada conducta; y el Yo cognitivo es entendido como procesador de información.

Se dice que no existe una personalidad fija dado que no poseemos un único y determinado Yo, sino que proyectamos una imagen de acuerdo al contexto en que nos encontramos y adoptamos distintos roles conformados por señales y acciones, lo cual hace que nuestra conducta varíe según la situación.

La personificación del ‘Yo bueno’, ‘Yo malo’ y el ‘no Yo’

Según el psiquiatra Harry Stack Sullivan, en la formación de nuestra identidad atravesamos tres personalidades generales: el Yo bueno, el Yo malo, y el no Yo.

El Yo bueno se asocia a las experiencias agradables, el Yo malo a las amenazas a la seguridad, y el no Yo al rechazo hacia la ansiedad intolerable. Por ejemplo, el Yo bueno trata sobre la experiencia del hijo esquiador ante la complacencia de los padres por su buena esquiada; mientras que el Yo malo se organiza a partir de la desaprobación de estos por un rendimiento escaso, lo cual le genera ansiedad e inseguridad.

Nuestra imagen del Yo esquiador cambia a lo largo del tiempo. El principiante solitario y tímido puede transformarse en un esquiador sólido y enérgico, pero ese Yo-esquiador-real no elimina completamente nuestra imagen del Yo principiante, puesto que ciertas situaciones pueden retrotraer la imagen que teníamos en las etapas anteriores de nuestra evolución. Si vivenciamos una experiencia angustiante, la imagen robusta de nuestro Yo-esquiador-experto puede opacarse por aquella defectuosa o incompetente de nuestros inicios en la actividad y repetir la falta de valor personal. Al experimentar la situación angustiante, la imagen de nuestro Yo competente (Yo bueno) se ve encubierta por la imagen de nuestro Yo incompetente (Yo malo), aflorando momentáneamente una sensación de vulnerabilidad.

Nuestro Yo-esquiador-bueno sería reforzado por actitudes de recompensa cada vez que logramos un buen rendimiento. Nos sentimos estimulados con la actividad y el seguir progresando, considerándonos buenos esquiadores. En cambio, nuestro Yo-esquiador-malo aparece cuando las sucesiones de diversas experiencias negativas han creado diferentes niveles de crítica o reprobación en cuanto a nuestra relación con la angustia, la vergüenza y la culpa por no ser la clase de esquiadores que esperamos o deseamos ser.

En nuestra propia evolución como esquiadores transitamos etapas difíciles, tales como el control del equilibrio, de la velocidad y de la dirección. Podemos pasar de un estado de entusiasmo y euforia (Yo bueno), a vernos desconcertados por atravesar una etapa de angustia y desconsuelo (Yo malo). Estas son situaciones en las que nos encontramos impotentes, las cuales nos generan angustia.

Autoevaluarnos como buenos esquiadores significa que realizamos ciertos procesos mentales de introspección y de ubicación por encima del Yo, es decir, autoobservarnos, comparar esa observación con otros esquiadores, e instaurar un autodiálogo positivo para llegar a la conclusión de que somos buenos esquiando.

El no Yo, de acuerdo al filósofo Johann Fichte, se refiere a lo opuesto al Yo, es decir, a todo aquello que no forma parte del Yo y que es su contrario. El no Yo se personifica a partir de experiencias de ansiedad muy agudas siendo aspectos de la vida poco comprendidos. El no-Yo-esquiador se referiría a la negación de la identidad del Yo esquiador debido a experiencias emocionales abrumadoras de peligros muy intensos que bloquean nuestra propia capacidad de comprensión de lo que estamos atravesando. La situación repentina y aguda generó en nuestra personalidad, precaria en ese momento, la no comprensión ni el sentido de la causa que produjo esa vivencia. Así, atravesamos momentos de miedo intenso que no nos permiten explicar qué fue lo que sucedió, lo cual perturba nuestra normal organización del Yo.

Seguiremos con el desarrollo del Yo en breve.

¡Hasta la próxima!

 

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