Las instancias psíquicas de la personalidad: la autodiscrepancia (1)

Las instancias psíquicas de la personalidad: la autodiscrepancia (1)
El profesor de psicología Edward Higgins sostiene que nos comparamos con una especie de ‘guía’ de nosotros mismos que serían esquemas o representaciones internas. La autodiscrepancia ocurriría cuando, por incomodidad emocional, estos esquemas resultan contradictorios, entonces tendemos a reducir la diferencia que se genera, produciendo agitación psicológica.

En los dominios del Yo se encuentra el Yo real, o el Yo-como-soy, que es como nos vemos a nosotros mismos y la autorepresentación de los atributos que creemos que poseemos, o que los demás creen que poseemos. Es el autoconcepto básico que comprende nuestras propias cualidades como la inteligencia, el atractivo, el estado atlético, o el nivel técnico que poseemos.

Carl Rogers, psicólogo iniciador del enfoque humanista, afirmaba que el Yo real está compuesto por el autoconcepto, además de las percepciones, ideas y valores que nos identifican. En otras palabras, el Yo determina la conciencia de lo que ‘somos’ y lo que ‘podemos hacer’, o sea el Yo percibido, además de la propia conducta y de la percepción del entorno. Cuantas más experiencias neguemos debido a la incoherencia con nuestro autoconcepto, mayor será la diferencia entre nuestro Yo y la realidad, y mayor la dificultad de adaptación al ambiente, manifestando un Yo rígido. Si la situación amplifica esta diferencia, entonces debilita nuestras defensas, provoca una incomodidad emocional (ansiedad, angustia, temor), aumentando la inadaptación al entorno. En cambio, si nos adaptamos, exhibimos coherencia entre nuestro autoconcepto y nuestra conducta, lo que se traduce en un Yo flexible que puede cambiar frente a nuevas experiencias. Según este psicólogo, el autoconcepto se desarrolla desde la infancia. Si el niño o niña percibe la aceptación incondicional de los padres aun cuando su conducta no es la ideal, entonces de adultos funcionarán con mayor seguridad y confianza en sí mismos. Si en cambio son valorados sólo cuando exhiben conductas apropiadas, el autoconcepto se verá deformado.          

Otra dimensión psíquica del Yo se determina en el Yo ideal, el cual estaría conformado por los distintos juicios y opiniones en cómo nos gustaría ser y en la representación de las cualidades que nos agradaría poseer, o que otra persona espera que poseamos. Cada uno de nosotros poseemos un Yo ideal, es decir, un Yo-esquiador-ideal en el cual reside la clase de esquiador que cada uno nos gustaría ser. Es el Yo que motiva a realizar cambios individuales para mejorar o lograr objetivos y que, generalmente, actúa en ausencia de resultados positivos. Cuanto más aproximado es el Yo-esquiador-ideal al Yo-esquiador-real más satisfechos nos sentiremos; mientras que, cuanto mayor sea la divergencia, tanto más será nuestra insatisfacción y las implicancias que esto produce en los propios estados afectivos. El profesor de psicología Charles Carver propuso que el Yo temeroso se refiere a aquél que no desearía alcanzar el Yo-esquiador-ideal para evitar las posibles emociones negativas que aparecerían durante el proceso.

Seguiremos con la 2da parte de la autodiscrepancia en breve.

¡Hasta la próxima!

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