¡28 años después regresé a los Alpes! Fue un viaje improvisado que nos salió fenomenal. Inicialmente hubiera preferido una estación diferente, pero, después de lo vivido, estoy encantado. Y es que fuimos a Los 3 Valles, y para mí era la sexta vez que los visitaba.
Courchevel fue mi debut en los Alpes. Aquel viaje resultó un poco raro y soso por varias razones, pero lo disfruté lo suficiente como para engancharme a la dinámica de viajar a los Alpes un par de semanas por temporada. Fue raro porque yo era muy joven y porque compartí apartamento con un amigo y dos mujeres con las que tenía muy poca confianza. Además, eran todos vegetarianos (por lo que lo fui yo también durante una semana) en una época en la que tal actitud nutricional no estaba de moda. Por otro lado, nos coincidió una ola de frío salvaje con temperaturas por debajo de los -20º centígrados. Pese al sol, había momentos en los que no se podía soportar, especialmente los días que soplaba un viento fuerte valle arriba. Digo valle porque en aquella ocasión únicamente sacamos forfait para Courchevel. Era enero de 1985 y tengo muy vagos recuerdos de aquella experiencia. Sé que las botas me hicieron una herida muy fea en la pierna y que, debido al frío, el sistema de cierre de la puerta trasera del autobús se estropeó y viajamos con ella abierta durante gran parte del regreso.
Por las callejuelas de la ciudadela. (Imagen: propia).
Probablemente descendiendo a Mottaret. (Imagen: propia).
Esquiando hasta St. Martin de Belleville. (Imagen: propia).
Con Chote, ambos en jersey, en Val Thorens. (Imagen: propia).
Mis compañeros de esquiada, descendiendo hasta las cotas más bajas de Courchevel. (Imagen: propia).
¡Cantidad de nieve! (Imagen: propia).
Una de tantas panorámicas. (Imagen: propia).
¡Décadas atrás! (Imagen: propia).
Les Menuires (muy bien de nieve). (Imagen: propia).
Pero, el viaje más memorable, desde el punto de vista del esquí, fue el de 1991 con mi hermano Guti, amigo Jaime y su primo Bernardo. Los cuatro éramos entonces jóvenes esquiadores de buen nivel y en plena forma. Aquella semana esquiamos verdaderamente rápido y, con base en Val Thorens, nos deslizamos por todas las áreas. Descendimos hasta la zona de los trampolines del barrio más bajo de Courchevel (Le Praz; 1300m), nos tiramos por los couloirs de Saulire, repetimos muchos descensos vertiginosos por el Mont Vallon, enviando un emisario distinto cada vez, para que los otros tres pudiéramos pasar saltando algunos de los cambios de rasante de la pista. Además, bajamos esquiando a tomarnos un vino caliente a Saint Martin de Belleville, jugamos con las bañeras en la pista de Cascades en Val Thorens, e incluso, en las laderas del Caron, asistimos a algunos intentos oficiales del récord del kilómetro lanzado que, por aquel entonces, creo recordar que andaba por los 222 km/h.
No sé por dónde anda el pase de mi cuarto viaje a Los 3 Valles pero, compartiendo recuerdos con alguien que me acompañó, debió de ser en 1993 o 1994. El forfait acabará apareciendo en el sitio y momento más inesperados, aunque sea tarde para mostrarlo aquí. Dos parejas viajamos juntas desde Santander y nos encontramos con otros tres conocidos, procedentes de Madrid, repostando en una gasolinera cercana al destino. Al alojarnos en Meribel, pudimos disfrutar de un apre-ski más llano, más sofisticado y con ambiente más propio de villa alpina algo tradicional. En ese tipo de detalles, Meribel y Courchevel aparentan un urbanismo y arquitectura más clásicos, no tan basado en colmenas de rendimiento habitacional como las que conforman Les Menuires o Val Thorens, aunque en estas dos, afortunadamente, la mayor parte de los edificios están forrados de madera.
Había un debutante que se apuntó a un cursillo y el resto nos íbamos a esquiar a nuestro ritmo. Tras tantos viajes acumulados en pocos años al dominio, me tocó volver a ejercer de guía de itinerarios, y recorrimos la mayor parte del espacio. Puede que esté equivocado, porque unos viajes se mezclan con otros en mi memoria y porque he ido olvidando muchos detalles, pero creo que aquella fue la segunda vez que pude esquiar por la ladera trasera del Caron, la que actualmente desciende hacia Orelle. La primera debió de ser en el viaje anterior. Aquellos años únicamente existía un remonte de regreso, una silla. Y parte del descenso se podía hacer fuera de pista por una ancha y pendiente pala que, amenazadoramente, daba a una especie de despeñadero, lo que obligaba a trazar una diagonal previa en su parte final. Fue allí donde mi mujer nos dio un buen susto, aunque más se lo llevó ella. Culpa mía, porque no tenía el nivel suficiente para haberla llevado allí. Pasamos una buena semana con mucho esquí, bastante diversión social, alguna raclette para cenar y bastante disfrute en las bañeras.
Poco tiempo después, en abril de 1995, organizamos un viaje familiar con mi padre. Acudimos sus seis hijos, la mayor parte de ellos acompañados por sus parejas, e incluso un nieto, además de algunos allegados más. Una nutrida troupe de diversas edades, aunque con un nivel general de esquí más que digno, por lo que pudimos esquiar todos juntos la mayor parte del tiempo. Nos instalamos en Val Thorens. Recuerdo que el primer día no había visibilidad, una densa niebla cubría todo el espacio, pese a lo cual, tal y como les había prometido, les marqué un itinerario general pasando por los tres valles. Eso sí, con muchas precauciones, para no perder a nadie. Entonces tenía muy frescas las esquiadas anteriores y era capaz de hacer algo así. Ellos me creyeron, pese a que no había muchas posibilidades de comprobación. Afortunadamente, el resto de los días salió el sol y pudimos repetir excursiones más específicas a las diferentes zonas, y apurar largos descensos hacia los pueblos y núcleos urbanos de menor altura, algo que, personalmente, me encanta.
Aquel fue mi último viaje a los Alpes en décadas. Las cuestiones familiares, laborales y de otra índole lograron mermar mi motivación o dificultaron de diferentes maneras el poder hacerlo hasta que, recientemente, en abril de 2023, con apenas tres días de anticipación, improvisamos un viaje a Los 3 Valles. Fui con dos buenos amigos en una pick-up, aunque allí compartimos los dos últimos días con una pareja. ¡Habían pasado 28 años! Y no tenía nada claro lo que me iba a encontrar allí, aparte de la total presencia de autopistas o autovías para llegar a pie de puerto. Elegimos Val Thorens porque había sido una temporada floja de nieve y ese es el núcleo más elevado. En cualquier caso, encontramos mucha más nieve de la esperada, con limitaciones únicamente para alcanzar las cotas más bajas, y la obligación de evitar Meribel, cruzando siempre su valle a la altura de Mottaret. El dominio apenas ha cambiado en lo que respecta al trazado de las pistas y a la superficie esquiable, salvo en que la zona de Orelle se ha visto enriquecida con un largo telecabina y dos sillas colocadas una a continuación de la otra, multiplicando los itinerarios y convirtiendo aquel cuarto valle en un área deliciosa para esquiar por su variedad, pendiente, paisaje y tranquilidad. Allí parece que te hayas marchado a otro lugar.
Los forfaits actuales, inteligentes ellos, ya no necesitan fotografía, se han vuelto mucho más impersonales.
Pero cambios ha habido. El principal es que gran parte de los remontes han sido sustituidos por otros mucho más modernos y con unas capacidades de transporte y unas velocidades de desplazamiento tremendas, por lo que parece imposible que en algún momento puedan formarse colas de espera. Nosotros no sufrimos ninguna y, aunque era temporada baja, creo que sería muy difícil que se formen, por mucha gente que coincida allí de vacaciones. La eficiencia es total. Por ejemplo, hay cabañas, casas o edificios dedicados a la restauración por numerosos puntos estratégicos. Nosotros dimos uso de cuatro de ellos en cuatro jornadas diferentes. Con sol en una terraza, al aire libre techado en la segunda ocasión, en un comedor interior la tercera y de nuevo al sol el último día de esquí. Siempre con servicio rápido y eficiente.
Hiciera como hiciera, todas las noches procedían a pisar las pistas. ¿Todos los trazados? No, afortunadamente no. Han tomado la sana costumbre de pisar todas menos algunas negras, las cuales, si nieva, permiten disfrutar de la nieve virgen (sin tratar) y, con el paso de los días sin nevar, de los baches que tanto echo de menos en España. Sin embargo, pese a la extensión del dominio, en su mayor parte está tratado diariamente.
Les 3 Valleés presenta una diferencia de cotas de altitud que va de los 1300m (en varias localizaciones) hasta los 3320 m. Actualmente su cota máxima no es ya el Caron, pues ha sido levemente superada por una de las sillas de la zona de Orelle. La publicidad institucional continúa aferrada a un eslogan que ya empleaban hace tiempo: El dominio esquiable más grande del mundo. Y podemos confirmar que lo es, con sus 600 km de pistas. En esto de la competitividad por los dominios esquiables ha habido mucha polémica, algo de trampa y diversidad de criterios a lo largo de los años. De un tiempo a esta parte, Christoph Schrahe se ha puesto manos a la obra desarrollando un método de medida y una oferta de acreditación de dominios esquiables. Los planteamientos son dos: por área (hectáreas) o por longitud de trazados (kilómetros), siendo el segundo el más frecuentemente tenido en cuenta por los aficionados. Según sus valoraciones, son bastantes los dominios que han visto reducidos sus valores porque, por ejemplo, sumaban varias veces las longitudes de trazados en los que pistas diferentes confluyen durante algún tramo en un trazado común. Según su ranking, Les 3 Vallées es el dominio con más kilometraje del mundo de entre los que tienen totalmente conectado todo su espacio esquiable. Hay algunos territorios que tienen mucho kilometraje, pero no completamente conectado por pistas y/o remontes.
Plano de pistas completo actual. (Imagen: les3vallees.com).
Así que me ha resultado especialmente agradable volver a tener que esquiar con un gran plano de pistas en el bolsillo para diseñar las excursiones sobre la marcha y que, precisamente, nuestras jornadas pudieran ser verdaderamente consideradas como excursiones ¡fantástico! ¡cuánto lo echaba de menos! De todas formas, la verdad es que cada día tiraba menos del mapa porque los recuerdos iban regresando poco a poco a mi mente.
Tuvimos un poco de todo a lo largo de las cinco jornadas de esquí de las que disfrutamos. La primera la dedicamos a recorrer todos los valles aprovechando que hacía muy buen tiempo, sin entrar en detalles excesivos en cada zona y sin repetir lugares (salvo un par de ascensos al Vallon). En Courchevel intentamos descender hasta donde se pudiera de su núcleo central, lo cual nos llevó hasta 1550, pero no más abajo. En realidad, no volvimos ya más por allí. De regreso, recorrimos todos los valles hasta descender a la zona de Orelle y repetir su magnífica pista negra.
¡De vuelta a la cartelería esquiando!
Primer asomo hacia Orelle.
Pista hacia Orelle.
Panorámica desde Les 3 Vallées.
Inicio del descenso del Caron hacia Val Thorens. Requiere dar un leve rodeo previo por la otra vertiente.
Fernando en una negra de Orelle.
Jesús y Fernando.
Este era el panorama antes de que el miércoles empezara a nevar. La mancha oscura central es Les Menuires. Totalmente esquiable hasta allí, pero limitado (o desaconsejable) más abajo.
El segundo día empezó con carencias de visibilidad, por lo que evitamos las pistas no tratadas. Pudimos descender hasta Les Menuires, pero allí la leve precipitación de nieve que surgía esporádicamente se convertía en fina lluvia, por lo que escapamos hacia el Mt. Vallon y su área de influencia. Por la tarde, aunque nublado, la luz permitía ver bien el relieve y acabamos explorando con más detalle toda la zona de Orelle, que nos encantó.
La tercera jornada no planteó problemas de climatología por lo que aprovechamos para cruzar de nuevo todo el dominio y alcanzar la parte más alejada de Courchevel, aquella que parece surcada por vaguadas que se esconden unas de otras. En el extremo encontramos una deliciosa transformación de nieve polvo a primavera a medida que íbamos disminuyendo altitud. El solitario tramo de bosque de Chapelets resultó magnífico, y alcanzamos Courchevel 1650. El regreso fue muy entretenido empleando pistas y remontes diferentes. Una vez más, llegamos a tiempo hasta Orelle, y pudimos cerrar la jornada con un largo descenso desde los 3200m del Caron hasta los 2050m de la zona de Val Thorens, algo que repetiríamos varios días para finalizar.
Camino de Courchevel en el telecabina de Mottaret.
Nublándose, poco a poco, en una escondida vaguada de Courchevel en la que confluyen dos magníficas pistas.
Y entonces se puso a nevar. Todo el resto de la tarde, la noche, y el día y la noche siguientes. De hecho, únicamente esquiamos un par de horas en nuestra cuarta jornada. Lo hicimos sin salir de Val Thorens, fuera de pista, aprovechando un claro de luz. Estuvo bien pero nos supo a poco, pero por la tarde nos resarcimos cenando patatas con bacalao y otras delicias, invitando a nuestros amigos recién llegados. Mientras seguía nevando copiosamente.
Las chovas piquigualdas, siempre atentas en el balcón del apartamento.
El claro de media mañana que aprovechamos para hacer unas huellas.
¡Y llegó el último día! ¡Y amaneció soleado! Así que tomamos camino del valle de en medio y empezamos a esquiar fuera de pista sobre una nieve inmaculada, profunda y ligera. Al menos algunos de nosotros. Todo de perlas hasta que Ángel se cayó y perdió un esquí mientras el resto ya estábamos más abajo. En vista de que la tabla no aparecía, descendimos y remontamos con un par de sillas para llegar a la altura de nuestro amigo y, justo cuando empezábamos a colocarnos para batir la zona, unos chavales dieron con el esquí, que estaba bastante más abajo de lo imaginado. Menos mal, pudimos continuar disfrutando de tan inusual y magnífico fuera de pista. Un par de descensos por diferentes itinerarios del Vallon nos regalaron sendas bajadas de 1000m de desnivel trazando huellas. Ángel, superados sus setenta años, seguía esquiando como antaño, saliendo despedido en cada viraje con una ochentera posición jet. Un espectáculo. A este hombre debo mi afición al descenso de baches, por haberme fijado en su impecable estilo cuando él era monitor en Alto Campoo, y yo un anónimo adolescente atento. Aquí, en los Tres Valles, reunidos ambos por un amigo común, me explicó que aquella técnica suya, desconocida hasta entonces en nuestra tierra, la aprendió de un esquiador francés con el que compartió trabajo de escuela en La Pinilla. ¡Más de cuarenta años ha tardado el secreto en desvelárseme!
Ángel Rábago, genio y figura, conversando con Geles en un telecabina.
El día continuó camino de Courchevel, para mostrar a nuestros amigos la ruta que habíamos trazado dos días antes. A medida que iba avanzando la mañana regresamos parcialmente a las pistas tratadas, especialmente en las menores altitudes, aunque todavía pudimos disfrutar de algún que otro estupendo descenso virgen. Tras una pausa de picoteo rápido al sol, en terraza de zona algo boscosa, comenzamos el regreso. Con él fue llegando un paulatino cambio de tiempo, primero nubes altas y, poco a poco, disminución de la visibilidad. Al llegar a Val Thorens, dos se retiraron, y tres permanecimos esquiando. Era el último día. Del viaje y de la temporada, así que no nos resignábamos a dejarlo todavía. Queríamos estirarlo. Sin apreciación del relieve, fuimos alternando pistas y remontes hasta alcanzar una de las cimas del Caron para poder acometer un último descenso de 1000m de desnivel. La despedida. Desde allí, una silla para ganar algo de altura, y vuelta a casa pasando cerca de esa discoteca que tienen montada en mitad de las pistas. Se ve que el fenómeno fiestero que tanto reclamo ha generado en Formigal va intentando ser replicado por otras estaciones con vocación de afluencias multitudinarias.
Fantástica mañana del última día, repleto de nieve nueva.
¿Fotos esquiando? que no cuenten conmigo. Antiguamente sí, porque llevaba una reflex con teleobjetivo, pero ya no. Actualmente, en plena época de los selfies y las historias, hago caso a mi difunto padre, que cuando irrumpieron los móviles solía decir: pero a qué hemos venido, ¿a esquiar o a hacer fotos?. Por lo general yo voy a lo primero, y más en días tan perfectos como este, en el que cada minuto cuenta.
Jesús, por la zona de Courchevel-Moriond, extremo este del dominio.
El balance de mi regreso al esquí en los Alpes fue totalmente positivo. Tanto es así que he decidido que se repita. A ser posible todos los años. Volveré a mi costumbre habitual de juventud. La idea es ir eligiendo nuevos destinos. Preferentemente grandes dominios en los que practicar un esquí alpino excursionista, de itinerarios; y, a ser posible, con un componente añadido de sabor cultural e histórico alpino. Aunque llevaba décadas sin practicarlo, siempre he preferido las estancias semanales a los fugaces viajes de fin de semana; las grandes extensiones a las estaciones de tamaño medio, por muy de moda que se pongan; y, desde luego, siempre que sea posible, los alojamientos en los que puedas disfrutar del esquí sin tener que subirte al coche durante todas las vacaciones. Verdadero esquí a pie de pista. Lo contrario supone estrés, madrugones excesivos, peleas y colas para todo, y hasta cierta desnaturalización del contexto de alta montaña. Hay muchos entre mis amigos, familiares y conocidos que optan por la otra opción. Algunos incluso repiten destino una y otra vez. Cada cual cuenta sus maravillas, pero no se las compro. Conozco ambas opciones, son más de 50 años practicando, y sé lo que para mí representa un escenario ideal de vacaciones de esquí. No se trata de tener razón o no, sino de preferencias personales. Y en mi caso, no cabe duda: me quedo con los Alpes.
Un año después del regreso a los Alpes que acabo de relatar, puedo asegurar que he cumplido mi promesa final con creces: viajes a Austria, Italia y una ambiciosa aventura americana, de los que he ido dando cuenta aquí a lo largo de la temporada 23/24. Pero me quedaba la cuenta pendiente de publicar el viaje del año anterior a los 3 Valles, porque lo considero el desencadenante.